miércoles, agosto 23, 2006

LA SEÑORA CHUSA

El Esteban tampoco iba a poder porque estaba currando en Barcelona hasta final de mes y fue por eso por lo que, para la semana que echaron en Galayos, la Luisa le dejó a su madre el encargo de regar las plantas todas y de darles una vuelta a las gallinas, a las dos gatas y al Corso. En realidad, más que dejarle un encargo, la Luisa, sin ella maliciárselo de buenas, le estaba pidiendo un favor que la señora Chusa llevaba tiempo deseando que su hija le hiciera y por eso fue que no dejó de pasarse puntual María Jesús ni un solo día dos veces, temprano de mañanas y luego a puesta de sol, sin hacer falta ya pero también, dos veces, sí, dos veces por sólo el gusto de bajarse resuelta, tranquila y con pie ligero desde la casa familiar, sin darle vueltas a más nada que no fuera el corazón y la certeza de su cuerpo aún vigoroso a pesar de los achaques, los huesos calcinados de la historia, las familias y la sangre apisonada en el asfalto. Cruzaba el mercado, saludaba a alguna gente y se zafaba con cabal desenvoltura de otra tanta, siempre palante pero sin prisas, respirando, con alguna musiquilla silabeándole en los labios, y pillaba el carril de la dula del martes a la altura de la casa del Tapias. Desde ahí sólo le quedaba seguir el curso de la acequia hasta divisar el cobertizo de aperos venido a poco más, a cortijillo chico con porche emparrado, los cerezos, el nogal, la alberca llena y ocupar muy despacio, plenamente, los espacios callados de la casa de su Luisa.
Llegar allí por las mañanas, media hora después de la malta hirviente y la tostada sin tostar de aceite güeno, y abrir el cancelón verde carruaje por el que las dos locas grises entraban y salían tan contentas desde que adivinaban su llegada para bailarle entre las piernas, en el remanso fresco de una falda ya siempre de colores, mientras el Corso, como el galgo blanco que soñaba ser algunas tardes cuando la Luisa se lo llevaba al monte y a la vera del agua tenía a veces sueños de perro verde, el Corso, sí, más que correr, cuando María Jesús llegaba, venía flechado brincando ya desde el fondo de la haza a recibir también a la señora Chusa, espoleado por el maullar de las dos morronguillas y con alguna mariposa aún revolándole pero vivísima en el cielo de su boca de pastor bribón y atolondrado, llegar allí, quitarle el candado al cancelón y acariciar los lomos de las gatas, la barbilla del perro y la menta del arriate de la rampa de entrada le daba ya sin falta a la señora Chusa por el tobillo izquierdo arriba un gusto precipitado y una sonrisa entonces ponía vida sabia en las nueve palabras que las gatas y el perro le pedían y que ella no dejó de pronunciar secretamente y sin esfuerzo, casi como un conjuro de los que ya no hacía, ni una sola mañana de toda la semana que echaron en Galayos la Luisa con el Barbas, el Cesare, la Jo y el Antoñito y esta gente.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Nunca nos llevaste al cortijillo, luisa, ni vimos las gallinas...

Anónimo dijo...

qué hermoso este paseo, m. gracias por recordarme lo del texto ahora mismo que te has ido a casa y a comprar papelillos de los que se lían. yo ya he vuelto. lo hice ayer, ya sabes, y hoy hace frío y aquí es otoño. Sí, sonrisa y gusto de lectora por tus líneas estas de la señora chusas.
*sepuedenoelegiridentidad?

la luisa dijo...

sí que se pué, primor. y gracias. y beso.