miércoles, abril 13, 2011

CORSARIOS

El Corso era el can del Ton antes de ser el perro de la Luisa. Ya se llamaba Corso, claro. Porque no se le cambia el nombre a un bicho sólo porque se cambien las manos que le dan de comer y los pienes que lo sacan al monte. Pero a lo que iba es a que el año y medio que el Ton estuvo en el Yosemite, primero con er Deivi et yandespué con quien por allín se juencontrandu, pal año y medio ese, digo, al Corso lo tuvo la Luisa entre su cortijillo y el piso’l Barbas y, cuando el Ton regresó, el Corso ya se quedó con la Luisa como por una estraña inercia o algo de eso y todo estuvo bien. Que no sé cómo jué, que la Luisa accedió a seguir quedándoselo y el Ton accedió a seguir dejándoselo y yastá. En cualquier caso la cosa es que el Corso ya se llamaba así y el niño del Javi lo sabría dendaría dos semanas por lo menos ya’l chiquillo, dende que nos encontramos con ellos la tarde que volvíamos el James y yo de Leyva con el Ányelo y el Surcos de echar &c. Y lo sabía porque lo habíamos escuchao llamarlo y nos vino el flash del preguntarnos el chavea en Leyva y tal que cual de cómo se llamaba el perro y eso. Y aparte, el crío, digo, ya entendía que los bichos también tienen nombre y problemas y propiedades y un hambre paresía a los humanos. Y él ya sabía que él era Nicky porque era Nick. Y que su padre era Javi por Javier y que su mama Meri por Marianne.

—Corso, Corsillo —lo llamaba. Y el perro acudía. Veníamos de vuelta de apretar de nomacuerdo dónde en Alcandoras y el niño le preguntó a su padre que por qué se llamaba Corso el perro.

—Porque son corsarios, Nick. No ves que estos son corsarios. Son los corsarios. ¿No ves las banderas? Mira las banderas.

Y el niño miraba las dos tibias cruzadas y la calavera &c de la furgoneta y miraba a su padre con cara de no comprender del todo.

—¿Corsarios?

—Corsarios, sí. Corsarios: Piratas, bucaneros.

—Pero no lo entiendo, papa.

Y el Javi no supo ya lo que disirle al niño. Pero volvió a intentarlo:

—Mira, ninio. Ellos son piratas, ¿no? Pues el Corso es Corso por corsario, Nick, porque le ha tocado ser un perro bucanero, un perro corso, de corsos, con estos pedlas de oriente por amos. Quesque no ves que son unos piratas.

—Corsarios.

—Corsarios, sí.

—¿Y por eso lo de corso?

—Y por eso lo de corso, sí, mi amor. —terció la Meri—. Déjalo ya, Javier. ¿No ves que es que lo que le gusta es tomarte el pelo y ni te enteras tú. Si lo ha pillao dendel primer momento, pero le gusta escucharte las historias que le cuentas y ponerte en situación de tener que buscarle otra manera de disírselo. Porquél compara y luego las mezcla con lo mejor de ca’una. Qué te crees tú, que los ninios son tontos. Pos este, mío, no.

—Tuyo y mío.

—Ton, Ton, Ton. ¿Por que no le pusistih, al Corso, Bucanero mejor de nombre, dí?

—Porque el día que la Luisa me lo trajo, Nick, dende la casa d’su mae, que era una perraza grande grande y más negra qu’este, lo trajimos pa la queli en un opel corsa que era de mi tío y que luego yo tuve en propiedad, que se dice, un opel corsa que lleva ya seis años en el desguace el coche.

—Pero fue en un opel corsa pirata, no? Ton?

—Cuchi liopútal ninio

—Y negro, ¿verdad?

El Ton ya no supo qué decirle y siguió ordenando los cacharros sobre la sábana vieja de siempre mientras el chavea salía corriendo y llamaba a su madre como loco.

—¡Mama, mama, mama, qu’el coche era negro, mama, mama!

—Qué, Nick, díme.

—Que el coche en el que trajeron al perro era negro como la madre del Corso.

—Anda, sí.

—Y como el mismo Corso.

—Sí.

Y el Corso, todo sea dicho, estuvo por allí un rato brincando y después buscó su sitio y se puso a dormitar durante algo más de una hora hasta que de dentro de las furgos empezó a salir el olorcico güeno de las cenas. Cuando lo tuvo claro, se levantó de pronto sobre sus cuatro patas negras y a punto estuba ya de echarse a andar cuando le vino la certeza de su pienso y de su tazón del agua y miró a zurda y a diestra, pasaron seis segundos y acabó por echarse nuevamente sobre su alfombra suya de él. El Nick cenó trempano y, aquella noche, cayó ternico y pronto y nos dejó entre burlas y veras al arrimo de una lumbre que daba la vida mientras él soñaba tan ancho con perros y piratas.