jueves, marzo 22, 2007

22.

DESERCIÓN





La primera vez me detuvieron en la escalera del avión. A los pocos segundos me encontraba caminando entre los dos policías altos y apuestos como un mendigo sin aliento. Mi ropa, y las suyas, hicieron que la gente me mirara por los pasillos con lástima y también con curiosidad: estaba claro qué ocurría, quién era yo y quiénes ellos. A la gente le gusta saber cosas y aquello no era difícil. Se ataban cabos pronto.
La segunda vez la detención se produjo justo después de comprar el billete, frente a una máquina de tabaco. Caminé de nuevo por los pasillos entre los dos policías. Pero nadie en el aeropuerto advirtió qué ocurría. Nadie nos miró en ningún momento. Yo entonces era tan alto como los agentes, vestía traje y andaba tan rápido y dispuesto como ellos. Recorrimos el enorme suelo suelo encerado a grandes pasos, con cierta urgencia. Yo hasta me permití mirar con recelo a algunos sitios, como buscando a alguien o sospechando de alguna maleta. Me alisaba la corbata y giraba en las esquinas con decisión. Con voz grave, conseguí decir mirando al frente: vayamos a consigna, allí estará el capitán. Al llegar, el capitán preguntó qué había ocurrido. Yo entonces le expliqué cómo había encontrado a los dos impostores.




Antonio Pomet, Mil perros dormidos, Premio Andalucía Joven de Narrativa 2002, DVD Ediciónes, Barcelona, 2003.