lunes, febrero 05, 2007

22.

YENÚN
Yenún, plural de yin, es el término de referencia con que se designa a los seres sobrenaturales e invisibles que Dios ha creado sobre la tierra paralelamente al hombre. Pero mientras el hombre ha sido creado de barro, el yin ha sido hecho de fuego sin humo según dice la sura IV del Corán y la mayoría de los textos que tratan del tema. Hay quien asegura que no han sido creados de fuego pero sí puestos sobre la tierra antes que el hombre.
Otra sura, la XVIII, dice que de los yenún se han derivado Satán y los demás demonios.
Se les considera generalmente como portadores de mal, peligrosos y maliciosos.

Como ya estaban sobre la tierra antes de que llegaran los hombres, están resentidos y celosos de su presencia y por eso tratan de hacerles mal en todo tiempo.

Dios empezó a crear el mundo en domingo y terminó en viernes, un poco antes de la oración de la tarde y, no teniendo tiempo para crear al yin completo, le puso pies de cabra o de burro y, como lo sujetaba por el labio superior mientras lo hacía, se quedó como pellizcado.
Para compensar al yin de sus faltas, Dios lo hizo invisible al hombre y no al contrario. Hay yenún musulmanes, cristianos, hebreos, negros, urbanos, campesinos... con toda clase de profesiones como los hombres.
Su número es uno más o uno menos de la mitad de los hombres.
No está muy clara la creencia de que cada humano tenga un yin correspondiente.
Se les puede ver solamente desde las once de la noche a la una de la madrugada salvo los viernes en los que se les puede ver hasta la salida del sol.
Pueden tomar la forma de animales domésticos o salvajes. Perros, gatos y chacales suelen ser yenún peligrosos. Los chacales además pueden ser guardianes de tesoros.
Entran en cualquier sitio aunque esté cerrado.
Los perros yenún no padecen ni contagian la rabia, pero sí fiebres, parálisis, trastornos nerviosos y hemorragias.
Durante su tiempo libre se retiran a lugares sucios, húmedos, oscuros o desiertos: paredes, hornos, cementerios, tumbas aisladas, alcantarillas, pequeños puentes, esquinas de mezquitas o sinagogas, precipicios, bordes y lechos de ríos, rocas... No obstante, morabos, mezquitas y cementerios pueden ser temporalmente lugares donde cualquiera puede protegerse de los yenún.
Los yenún cristianos son más peligrosos que los musulmanes y éstos, a su vez, lo son más que los hebreos. Ni los yenún judíos ni los negros tienen categoría social en su mundo.
Los yenún pueden ser buenos o malos, pero siendo esto esencia de sentimiento subjetivo, moral y humano, los hombres desconfían siempre de las intenciones de los yenún.
Entre los Aith Waryaghar se suelen hacer invocaciones cuando se está en presencia de los yenún:

Aithbab umxam (dueños del lugar).
Aithbab uj-jám (dueños de la casa) a diferencia de:
Aradya uj-jám (dueña de la casa): Dhayenith ogra o hiena a quien le gusta la carne humana. Es invisible y camina bajo tierra. Se instala en casas de preferencia abandonadas y se hace la verdadera dueña tan pronto como el pollo del sacrificio ha sido matado en la casa.

Traducción libre de Juan Román del texto “The Jnun”, del libro de David Montgomery Hart, The Aith Waryaghar of the Moroccan Rif: Au Ethnography and History, The University of Arizona Press, 1976, p. 154 y ss; recogido en El mundo invisible de los yenún, de Juan Román (textos) y Piero Biasión y Franca Giannini (fotografías), número 4 de la colección Zaguán de África, Servicio de Publicaciones de la Ciudad Autónoma de Melilla, 1996, pp. 30-31.

viernes, febrero 02, 2007

LA LUISA Y EL BARBAS

Los días que amanecía sin bruma, rompiendo la mirada hacia el noreste, podían verse de lujo perfilándose desde la terraza de la casa del Barbas el tajo del Majalijar y Peña Santa entera. Era el puto copón levantarse en verano allí temprano y desayunar al fresco, dejándole al cuerpo que el mundo por entre pestañas y legañas se colase, pero no era verano y había estado lloviendo toda la noche; gotas aún repiqueteaban del alero de tejas viejas a la uralita modelna del patio interior del párroco, gotas que insomnizaban a chuminosos y audiomilindris de los de no poder dormir sin ruidos, insomnizar, asín, 'gotas de insomnizar', como las llamaba Manuel, el padre del Barbas, dende que el hombre estuvo allí quedándose las noches del pifostio aquel que tuvo en octubre con los de su comunidad y gotas, gotas, gotas, gotas. Claro que el Barbas nunca encontró problema alguno en dormir de un tirón con las puñeteras gotas esas ahí de música de fondo y ronquinaba hecho un ovillo, casi como del todo el niño de bozo generoso y orejones que ya fuera quince o veinte años atrás y no tuviese esa mañana que levantarse para el colegio ni tampoco de bulla quisiera spertar para echarse a la calle a darse al pleno juego, y fue por eso que la Luisa lo dejó, porque libraba, llovía y no iban a poder tirarle al monte. Se levantó, puso agua en el cazo, encendió la hornilla y salió a la terraza para que el cuchillo seco del frío la viniera a marcar, pero ella supo esquivarle otra mañana más la traza traicionera y ni siquiera asomó la vista por encima del voladizo nada más ver los charcos grandes, las nubes negras, la niebla densa de santos copones invernales porque estaba más que claro ya que no. Que no. Que no iban a poder tirarle tampoco y ni por la tarde ni a ver cuándo parallín, para el Diedro del Águila, pero no le importó. Total, se dijo pal adentro mientras se daba vuelta, pero no vislumbró en palabras el total porque no quiso, sólo lo supo en firme y yastá. Volvió a entrar, cerró, iban buscándose la vida una mañana más los primeros gorriones y un bostezo apenas bosquejado para adentro la atrajo hacia la fruta. Hacía faltica ya la lluvia, que más lloviera, más. Pero los estaba puteando ese no haber ni un sólo claro de 18 horas en día de no currar para tirarle a ver a lo que con tantas ganas demoraban dendacía tres semanas que tuvieron que volverse. Una, dos, tres mandarinas. Un plátano, manzanas dos. Y el té iba poco a poco estando más cerca del agua ya casi bullendo. Eran las ocho menos cuarto en el reloj de la cocina del primer viernes de febrero y se acordó, de repente, mientras sacaba de la alacena el tarro del azúcar moreno, de que hacía 85 años que Sylvia Beach había sacado la primera edición no fasciculada y sin recortes ni censuras del Ulises yoisero. Era en París y fue Shakespeare and Cia. & venía a coincidir con el cuarenta cumpleaños del irlandés, para más inrridesos, y la Luisa pegó un salto desde el dato laboral a los bosques de Fontainebleau en un tris y, al tiempo que soltaba la diestra pulgarada suya de té en el cazo y lo retiraba del fuego con la zurda, recordó un bloque precioso al que seguro iba a volver algún otoño, cerca de la Balance, en Bas Cuvier. Dejó en reposo el té. Pilló otra mandarina y se fue a mirar al Barbas, que ahí seguía, reventaíco, feliz, tol contratórax oscilándole pausadísimo. Él no curraba los viernes y había quedado con la Luisa en que, si amanecía medioqué, ella ya lo avisaba para questuviera listo de todo cuando ella volviera al mediodía y tirarle, pero no iba a ser. Lo estuvo contemplando igual no más de dos minutos, pensando en el anoche del que ella ya había vuelto tan contenta, y no supo por qué o cuál pensamiento fue el que le sacó el riso que se mediochó mientras él ahí le andaba implacable en el rebalaje del ronquing. Se acercó por la orilla derecha de la cama y le besó con solemne descuido en la espalda, justo entre los omóplatos, dos veces. Después dejó la cáscara naranja como una eSe impenetrable calcada del mapa del Vietnam sobre el radiador de aceite, pa perfumarle el sueño mañanero, y salió del cuarto entornando la puerta. El té ya había de estar. Se estaba sirviendo el azúcar del tarro azul cuando sonó un teléfono en el saloncito que ella no iba a coger porque no era su casa, qué delicia no atender, a ver si más no llaman, cogió la taza de medio litro y se acomodó correcta en el butacón, retrepada pero erguida, los talones tocándole las nalgas, y siguió leyendo a Yasmina Khadra por donde justo había dejado el libro la mañana anterior: "Nada más aparcar nuestro humilde carro junto a la acera, Sid Alí se zampa su bocata para no tener que compartirlo, se limpia en el mandil y se dispone a acogernos." Eran casi las ocho en punto ya. Hacía el mismo frío del carajo que el día anterior y quel dantes del anterior y además había llovido sin que el ambiente se templase luego. Ella no entraba a trabajar hasta las diez. Se echó un trago largo y berreante. Podía disfrutar de la lectura un rato bueno aún, desayunar a gusto, estirazaze. Empezaba a llover de nuevo cuando se topó con una tirada que quiso levantar para ella misma de la página leyéndola otra vez pero pa fuera: "Son dos mis grandes sueños en este crepúsculo de mi carrera: disfrutar de la jubilación sin que me fallen mis facultades y meter a esta basura en un micro-ondas hasta que se le reviente la jeta. Nada me sienta peor que soportar la chulería de un subalterno enchufado." Y anda que no, pensó en voz alta. Aunque sin darle demasiada importancia, porque total, paqué.