domingo, julio 09, 2006

4.

Loqués remansarse


Aparqué.
La luz, el odio, el agua, las almendras, todo
bien.

Le tiré poco a poco y para arriba
por justo el espaldar de la cantera.
El sol pegaba limpio y norte el aire.
Cernícalos y ortigas. Y alpechín.

Eché toda la tarde allí, bailando.

A la vuelta dos búhos
por los balates últimos al ras se me cruzaron
y un sapo justo en medio del carril ya bajandillo
vi.
Y eran ya muchos cruces, demasiados.
Después supe que sólo eran los cruces necesarios, que
la vida en
fin, que yasta.

Le eché el freno de mano lento al coche,
abrí, bajé, la luz no sé si estaba
de brecha o si eran sólo
las cortas de los faros ni
por dónde supe yo que algo venía
pasándome en el cuerpo desde por la mañana, pero

la cosa es que de pronto

allí de pie
mientras yo le cantaba para que se cruzase a
la cuneta del lado de la acequia
ya era el sapo que yo supe al ralentí

y supe en otra forma de los pájaros,
del sol y de la luna, de tanto brote aún verde,
tan sin flor, de lluvias cuándo y cómo y
de las balsas de alpechín tan negras que

de noche ya y
camino de la casa serenándome al volante
los pulsos tan livianos de la vida
pude ver una vez más pero llegándole distinto a
las otras cosas esas de la ciencia y la razón
que no sé yo si son tan importantes ya.

Logré dormir tras cuatro noches huecas. Me lavé.

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