lunes, julio 07, 2008

DANDO PALMAS

Estábamos en el bar del cateto, de vuelta de la Omplús, de encadenarla el Deivi, y la conversación venía de por los dóndes diablo puto se andaría’l bueno’l Barbas, que eran ya como 5 las semanas que perdío andaba el tío y sin ni dar señalarguna. Y por lo que juera surgió lo de las ducas, lo de las duquelitas del Barbas y su forma de salirse del bujero que él tenía. E iba diszíendo el Ton:


—Porque quando al Barbas le agarra de en su vida vez la pena del adentro en pleno centro, por el vientre como un nudo, no puede ya el hombre muncho ni mupoco rato arguno entretenerse en el sufrir mente bullendo y frota y dale al craneo duro & lento con los músculos y el aire y lo más nervio de las yemas de los dedos de sus manos diez de dos. No pué. Se le vuelven a anudar cerebro y buche y por el cuello hijosdeputa tres tendones como cuerdas ahí tensándose que foh, que de pensarlo namás menzorvida que lo que le pasa no es sino porque su cuerpo todo le resuelve al Barbas el resuello en el pararse en los umbrales de las puertas de su casa de estar solo ahí a dar palmas a compás, con alboroto de pelambre, sien izquierda y engranajes maxilares. Y entonces se calma. O casi. Respira. Se vacordando de las pequeñas alegrías y la pena repliega su vigor para volver a su escondrijo de bichucha hasta la puñetera vez que ya juese que tenga que salir la mumaldita. Era como si quando. Sí, sí. Fijti tú que ni la Luisa se lo pudo creer en el momento cuando la vez primerallín lo tuvo quenfrentico en tiempo real parar pa intentárselo encajar en sus razones d’ella y calmarlo y, como no pudo, pues tuvo que dejarlo a él solo con sus palmas los cinco o diez minutos questuvo esa vez. Que a vezes le pasa con la gente, no pué controlasse. Y mientras ahí la Luisa, pobretica, aguantándose las lágrimas mientras nos buscaba un algo pantender en la mirada o por los gestos a nosotros questábamos allín también pero más tranquilos porque ya sabíamos, y ya por eso jué que nusaltres le dijimos que no se preocupara y, llevándonosla pa la cocina, lesplicamos. Porque calmarse claro que se calmaba y se calma y se calmó. Como de diáfanol claro nubes este, tú, que se calma.

—Caro.

—Aro. Pa quitarse las duquelas. Pero tié que zer asín. Con sus palmas. Si no non.


—Yendónde copones estará metío el tío, tú.


Y cada cual tenía su respuestica, pero ni Dios pió. Se levantó’l fresquillo de a poquico. Las alimañas iban ahí seguro a estar saliéndole a buscarse por la noche las sus vidas y en la terraza’l bar los tubos de cerveza eran ya pura transparencia.


—¿Llenamuh, no? —propuso el Gus.


Y todo quisque tuvo a bien y estuvo presto en lo echarse por lo menos una más a la salud del Barbas, dondequiera quel mu bribón l’andasse. Una más que iba a ser ya la quinta, pero bueno:


—¡Eli, llena! —y eso el Ányelo, rápido, a la niña´l Grabieh, que venía de llevarles ya los vinos al conclavillo de finorros de la mesa de dos más pallaílla de la nuestra:

—¿Lo mihmo toh, mi ángel? —yasín ella disziéndolo también como con requiebrillo burlón en el acento y con un poquillo el cuello doblándosele’n lento pa la izquierda y aquellas dos clavículas que la moza tenía pa cantárselas:

—Lo mihmitico, guapa —y el Ányelo pletórico—. La tengo ya en el bote.


—Qué más quisieras tú, so zorrocuco.


Después se sucedieron los típicos pellizcos, los fláshines, palabras como un mar abierto en calma y una tapa de costillas de marrano con picante como pa tragasse un balde de agua susia del tirón. Bebieron e hidratáronse. Plantearon lo de la reequipación de lo pendiente para cuando ya pudiera ser, prontico. Nos preguntaron por novias y nos tomaron el pelo sanamente al James y a mí. Y el Deivi, al rato largo y antes de que quien fuera propusiese llenar, después de trastearle silencioso por adentro de los ojos y uno a uno a todos to, viéndosela venir la sexta, tuvo el relampaguz y puso encima de la mesa y en voz alta lo de pedir la dolorosa, que él iba a convidar una pa tutti, por lo del encadene; y lo demás, pues que cacual lo suyo, ersepto el James y yo, que no nos dejaban pagar namás que cuando encadenábamos y aún así sólo lo nuestro, por niñacos. Pagaron y pillamos los petates y las sogas. Carril abajo el agua de la acequia nos fue llevando bellos y serenos hasta donde los coches y, ya dendallín, le tiramos cada cual para lo nuestro. El James se fue con el David y con el Juande pal Zaidín y yo me vine con estos pa La Zubia en la furgona del Antonio. El Ányelo y el Surcos se quearon a ellos sí echarse una última y tratar así tranquilos un asunto de no sé cuántos chalés de ricachetis que tenían por pintar. Lo que quedó de noche, que yo sepa, ni perri dijo mú ni más nadená ni na sobre la cosa’l Barbas ni de la pobre Luisa.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Mostro!!